«Pero existe algo que el tiempo no puede, a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz.» Julio Cortázar. Cartas 1937-1954.

Mesa puesta. Sillas vacías. Relaciones rotas. Familias separadas. La Navidad, época de jolgorio y reencuentros, se tiñe de nostalgia, de tristeza, de angustia, de desasosiego. Ya no existe el resplandor de estas fechas. Ya no. No hay destellos porque falta alguien, porque todo cambia tanto con el paso de los años que perdemos la maravillosa ilusión que de niños nos invadía, ya no mantenemos la inocencia que entonces nos hacía disfrutar de cualquier pequeño detalle, porque cualquier nimiedad estaba llena de magia
El poder de convocatoria navideño nos hace acusar más las ausencias, las elegidas y las sobrevenidas. ¿Cuántos somos el 24? ¿Y el 25? ¿Quién viene y a dónde voy? Ineludiblemente, ante esas preguntas, aparecen las sillas vacías.
Sillas vacías que corresponden a personas que no están, personas que se han alejado o personas que han fallecido. Recuerdos de tiempos vividos. Nos acarrean un sufrimiento que manteníamos anestesiado, dormido por la cotidianidad de la vida. Y sí, las sillas vacías duelen, llenan nuestros ojos de lágrimas, nuestra alma de dolor y de abrazos contenidos que se quedan sin cuerpos a los que agarrar.,
No es necesario que nos obliguemos a estar alegres, pero sí es una buena idea buscar un estado de paz y de calma. El miedo, el coraje y la tristeza no son perennes, aunque nos provoquen temor.
La Navidad es una contradicción en sí misma. La magia que genera compartir momentos y reencontrarnos choca de golpe con la aflicción que nos hacen sentir las ausencias, el anhelo de la persona fallecida o el resquemor por una silla vacía elegida o provocada por los desencuentros del año que cerramos y de los años que han pasado.
No podemos obviar que hay sillas vacías, pero tampoco que hay sillas ocupadas, llenas de presencia y de amor.
Así que en estas fechas, señaladas para algunos y relegadas para otros, no podemos olvidarnos de agradecer que nuestro corazón siga latiendo. Dando paz a las sillas ocupadas y recordando buenos tiempos en los que las sillas vacías estaban entre nosotros.
Artículo de Raquel Aldana.