«Mientras dura la mala racha pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves dinero, documentos, nombres, caras, palabras… y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción». Eduardo Galeano



En primer lugar
Voy a decir todo lo que ando pensando
Estoy enojado y cansado
De cómo ha ido todo las cosas,
De como han pasado las cosas,
En segundo lugar
No me digas lo que crees que puedo ser
Soy el único en el barco, soy el dueño de mi mar,
El dueño de mi mar, ..
¡Dolor!
Me hiciste, me hiciste un creyente, creyente
¡Dolor!
Me rompes, me reconstruyes, creyente , creyente
¡Dolor!
Oh, dejo que las balas vuelen, oh, déjalas llover
Mi vida, mi amor, mi motivación, ellos vienen del
¡Dolor!
Me hiciste, me hiciste un creyente, creyente
En tercer lugar
Envía una oración para los que están arriba
Todo el odio que oías
Convirtió tu espíritu en una paloma,-
Tú espíritu se elevó,
Me estaba ahogando en la multitud
Elevando mi lluvia hasta una nube
Cayendo como cenizas al suelo
Esperando a que mis sentimientos fueran ahogados
Pero nunca lo hicieron, nunca sobrevivieron, libres y sueltos
Inhibidos, limitados
Hasta que todo se rompió y la lluvia cayó
Y la lluvia cayó como el
Y por último
Por la gracia del fuego y las llamas
Eres la cara del futuro
La sangre en mis venas,
La sangre en mis venas,
Pero nunca lo hicieron, nunca sobrevivieron, libres y sueltos
Inhibidos, limitados
Hasta que todo se rompió y la lluvia cayó
Y la lluvia cayó como el
Déjate querer, porque el amor que es bonito y auténtico no duele ni traiciona, ni tampoco entiende de lágrimas. El amor que vale la alegría es aquel que se ofrece con los ojos abiertos y el corazón encendido, es una relación madura y consciente donde no se llenan vacíos ni se alivian egoístas soledades.
Si pensamos en ello durante un momento, nos daremos cuenta de lo arraigado que está en nuestra cultura popular la clásica idea del “quien bien te quiere te hará sufrir”. Es algo erróneo.El dolor y el amor son dos cosas muy distintas. Porque la relación sincera basada en la reciprocidad, jamás tendrá en su composición un aditivo tóxico ni venenoso.
John Gottman es uno de los máximos especialistas en relaciones de pareja. En uno de sus libros, “¿Cómo hacer que la pareja dure?” nos explica que el secreto para que una relación sea duradera y feliz está en saber obsequiarse. Con ello, el profesor emérito de psicología de la Universidad de Washington, ensalza la necesidad de atenderse mutuamente, de demostrar interés sincero el uno por el otro y, ante todo, de crear significados y valores compartidos.
El dolor, por tanto no tiene cabida ni sentido en estas relaciones.
Una de las características más notables de esas personas que logran establecer una relación de pareja basada en el respeto, la alegría y el crecimiento es que son capaces de amar como si nunca antes hubiesen sido heridas, sin volcar jamás en la nueva pareja el posible dolor de relaciones anteriores. No hay desconfianza ni rezuman amargura.
Ahora bien, a su vez, encontramos esos otros perfiles convencidos de que el sí amor duele, y duele porque sus experiencias pasadas así se lo han confirmado. Hablamos claro está, del desamor. De hecho, según un estudio publicado en la revista “Journal of Neurophysiology“ ante una ruptura o una decepción afectiva nuestro cerebro reacciona de igual modo que ante el dolor físico.
Para hacer frente a estas situaciones tan delicadas, está surgiendo en la actualidad un interesante enfoque basado en la neurobiología relacional. Esta teoría tiene como principal punto de partida la idea de que nuestro cerebro, gracias a la neuroplasticidad, es capaz de curar “estas heridas”, estas improntas de dolor.
El hecho de favorecer un estado de calma donde volvamos a conectar de nuevo con nosotros mismos, es una forma muy adecuada de encontrar ese punto de equilibrio donde entender que lo que duele no es amor en sí, sino más bien nuestras acciones y reacciones.
Quiero un amor así, de miradas cómplices, de palabras llenas, de corazón humilde y caminos compartidos
Ahora bien, la felicidad también enseña y mucho. Porque en el amor con letras mayúsculas no hay acentos hirientes, ni minúsculas cargadas de egos, miedos y desconfianzas. El cariño que es bonito no duele ni busca herir y si en algún momento aparece la sonrisa apagada y la mirada baja, la otra persona buscará la razón de esa nube pasajera y la escampará al instante.
Tal y como nos recordaba Erich Fromm, el amor es por encima de todo un acto de fe. Podríamos verlo también como un salto al vacío, donde a pesar de que nadie nos asegure que todo vaya a salir bien, no dudamos en arriesgarnos, en ofrecer siempre lo mejor de nosotros mismos .
Parte de un artículo de Valeria Sabater