Quizá sea momento de cambiar, de soltar, de mandar todo a la mierda y volver a empezar. Quizá sea el momento de sacarle un sol a esta tormenta, de reírse sin parar, de volar sin tropezar. Quizá sea el momento de encontrarnos, abrirnos los ojos y largarnos a soñar». Eduardo Galeano


El término flâneur procede del frances y significa ‘paseante’ o ‘callejero’. La palabra flânerie (‘callejeo’, ‘vagabundeo’) se refiere a la actividad propia del flâneur: vagar por las calles, callejear sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso.
Baudelaire caracterizó al flâneur como un «caballero que pasea por las calles de la ciudad»; no obstante, supo ver la importancia de éste a la hora de comprender, construir e interpretar la ciudad. El flâneur desempeñaba así un doble papel en la vida ciudadana, por un lado mezclándose con el gentío de la calle, y por otro manteniendo su condición de observador atento y cabal. Esta postura, de ser al mismo tiempo «parte de» algo y estar «aparte de» ese algo, entraña cuestiones sociológicas, antropológicas, literarias e históricas que tienen que ver con la relación entre el individuo y la población a la que pertenece.
La vocación del flâneur es la observación objetiva pero estéticamente armoniosa, lo que ha favorecido su adopción en el campo de la fotografía, especialmente en la fotografia callejera El fotógrafo de la calle aparece así como una extensión moderna del observador urbano descrito por Fournel a finales del XIX, antes de la llegada de la cámara portátil:
(Ce qu’on voit dans les rues de Paris, «Lo que uno ve en las calles de París»)
La aplicación más notable del flâneur a la fotografía urbana probablemente tenga su origen en el ensayo Sobre la fotografía (1977) de Susan Sontag. En él se explica que, gracias al desarrollo de las cámaras compactas en el siglo XX, la cámara fotográfica se ha convertido en la herramienta por excelencia del flâneur:
El fotógrafo representa una versión armada del paseante solitario que explora, que acecha, que cruza el infierno urbano, el caminante voyeurista que descubre la ciudad como un paisaje de extremos voluptuosos. Maestro en el gozo de observar, avezado en la empatía, el flâneur encuentra el mundo «pintoresco»