“No sé por qué me salvó la vida. Quizá en esos últimos momentos el amó la vida con más intensidad que nunca, no sólo su vida, la de cualquiera, mi vida. Y lo único que quería eran las mismas respuestas que el resto de nosotros: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuánto tiempo me queda? Todo lo que podía hacer era quedarme allí y verlo morir.”
Hay épocas para hacer preguntas, momentos en los que el corazón late lleno de dudas e incertidumbres.
Decía Albert Einstein que «nada es tan importante como cuestionarnos». A menudo, formular preguntas es casi más decisivo que hallar soluciones. Al fin y al cabo, quien se atreve a dudar de las cosas, a sondearse a sí mismo a través de profundas cuestiones, demuestra esa capacidad de reflexión con la que hallar nuevas perspectivas a las cosas y sus realidades.
Lo que buscamos sobre todo es dar significado a lo que nos sucede. Autoexplorarnos es un principio de autocuidado, es tomar contacto con nuestras necesidades presentes, sean personales, emocionales o existenciales, para desatar nudos, higienizar espacios psicológicos.
La necesidad de hacer preguntas sobre nosotros mismos puede aparecer a raíz de muchas circunstancias.
Factores como romper una relación, perder a alguien cercano, dejar el trabajo o incluso transitar por un contexto de crisis social nos obligan a ese ejercicio de necesitada introspección. Formulándonos cuestiones para intentar comprender lo que nos rodea y, sobre todo, para hallarle sentido. Es como hacer un alto en camino para tomar perspectiva y calibrar nuestra brújula personal con el fin de saber hacia dónde queremos ir. Porque quien no se hace preguntas no halla respuestas
Cuando las personas logramos darle un significado a nuestra existencia, todo cambia.
Señalaba Carl Rogers, célebre psicólogo que asentó las bases del desarrollo personal, que la verdadera felicidad está en aceptarse a uno mismo y en entrar en contacto con nosotros mismos. Hacer preguntas, cuestionarnos, reflexionar sobre en qué momento estamos, qué queremos, qué nos falta o qué nos duele nos permite dar forma a valiosas revoluciones
Esa revolución interna se consigue mediante un proceso complejo. No es otro que el de encontrar «coherencia». La coherencia entre la conducta y los valores ser coherentes cognitiva y emocionalmente porque cada cosa que hacemos está conectada a los pensamientos y las emociones. («mis emociones y pensamientos se orientan hacia un objetivo deseado, hacia una meta que me motiva»).Al final tal vez llegará esa etapa en la que encontraremos respuestas a las preguntas.
Parte de un artículo de Valeria Sabater