Santos que pagan mi comida no hay ninguno
…
los enamorados en Piazza Grande
de sus problemas de sus amores todo lo sé, equivocados o no
A mi manera, también necesitaría unas caricias yo también
A mi manera, necesitaría soñar yo también
A los que creen en mi, les pido amor y amor les doy, todo lo que tengo
A mi manera, necesitaría unas caricias yo también
…
Pero mi vida nunca la cambiaré, nunca, jamás
a mi manera lo que soy lo he elegido yo
…
Y si en la vida no tienes sueños, yo los tengo y te los doy
Y si no habrá más gente como yo
Quiero morir en Piazza Grande
entre gatos que no tienen dueño como yo a mi alrededor

«¿En qué estaría pensando?». Cuántas veces habremos pronunciado esta frase al encontrarnos con una foto del pasado o recordar algo que hicimos. Y cuántas veces habremos vuelto sobre nuestros pasos para repasarlos, con todo lujo de detalles y no sin cierto arrepentimiento, y tratar de averiguar los motivos que nos llevaron hasta aquí. Porque no solo somos las decisiones que tomamos, como se suele decir, sino el resultado de todas esas emociones que nos hicieron elegir un camino u otro. Y si la elección más nimia puede cambiar nuestra vida para siempre, ¿no estaría bien poder adelantarse a la meta o planificar el objetivo final?
No hay nada más personal que la toma de decisiones. De ahí que a la hora de deliberar influya tanto el momento en el que nos encontramos y las emociones que sentimos. Cuando a la ecuación se le añade además el factor económico, nuestros miedos, deseos o sentimientos juegan un papel determinante. Incluso pueden dificultarnos la resolución. Según el neurólogo Pedro Bermejo, doctor en neurociencias y especialista en biología del comportamiento, «ante una gran pérdida económica con un componente sentimental, como un proyecto profesional o negocio fallido en el que ha habido mucha implicación y esfuerzo, una mujer recordará mucho más esa pérdida».
Para los Nobel de Economía Daniel Kahneman y Richard Thaler, una persona no actúa de forma totalmente racional, hay sesgos o trampas que nos tiende nuestra mente y que pueden hacer cometamos errores. En su libro más popular, Pensar rápido, pensar despacio, Kahneman diferencia entre dos sistemas cognitivos: el intuitivo, que esconde nuestras ilusiones o temores, con el que tomamos la mayoría de decisiones; y el racional, que se encarga de analizar las intuiciones del primero para tomar decisiones en base a ellas. Para el experto, ambos sistemas se necesitan, pero a menudo presentan dificultades para encontrar el equilibrio.
Parte de un artículo de El PAIS