Camino tan a flor de piel.
Cualquier beso en una novela me hace llorar.
Camino tan a flor de piel.
Que mi mirada en la ventana me hace morir.
Camino tan a flor piel.
Mi deseo se confunde con el deseo de no estar, camino tan cerca de la piel.
Que mi piel tiene el fuego del fin del mundo.
Un barco sin puerto Sin objetivo, sin vela.
Caballo sin silla´
Un animal suelto.
Un perro sin dueño
Un niño, un bandido
A veces me conservo
En otros, que ¡suicida!
Estoy tan cansado.
Pero no quiero decir que ya no te creo.
No necesito mucho dinero.
Pero voy a tomar esa vieja nave ¡Esa vieja nave!
Un barco sin puerto Sin objetivo, sin vela.
Caballo sin silla.
Un animal suelto.
Un perro sin dueño.
Un niño, un bandido.
A veces me conservo.
En otros, que ¡suicida!
Ángel González Muñiz fue un extraordinario poeta español de la Generación del 50. Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1985 y académico y Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996, publicó su primer libro de poemas en 1956.
Ángel González contó en numerosas ocasiones que escribió este poema más como divertimento y desahogo personal que con ánimo de publicarlo, pensando que, en ningún caso, sería un texto que pasaría la censura de aquel momento.
Imaginó un anti discurso cargado de retórica y oxímoron en el que un sistema opresor les hablaba a los jóvenes dándoles las directrices para perpetuar tal barbarie. Para su sorpresa, el texto bordeó la censura íntegramente y pasó a ser un mensaje, tan irónico como realista y tan burlesco como duro, que ilustraba el letargo y el desconcierto de una sociedad sumida en una post guerra.
Discurso a los jóvenes
El poeta Ágel González (1925 – 2008
De vosotros,
los jóvenes,
espero
no menos cosas grandes que las que realizaron
vuestros antepasados.
Os entrego
una herencia grandiosa:
sostenedla.
Amparad ese río
de sangre,
sujetad con segura
mano
el tronco de caballos
viejísimos,
pero aún poderosos,
que arrastran con pujanza
el fardo de los siglos
pasados.
Nosotros somos estos
que aquí estamos reunidos,
y los demás no importan.
Tú, Piedra,
hijo de Pedro, nieto
de Piedra
y biznieto de Pedro,
esfuérzate
para ser siempre piedra mientras vivas,
para ser Pedro Petrificado Piedra Blanca,
para no tolerar el movimiento
para asfixiar en moldes apretados
todo lo que respira o que palpita.
A ti,
mi leal amigo,
compañero de armas,
escudero,
sostén de nuestra gloria,
joven alférez de mis escuadrones
de arcángeles vestidos de aceituna,
sé que no es necesario amonestarte:
con seguir siendo fuego y hierro,
basta.
Fuego para quemar lo que florece.
Hierro para aplastar lo que se alza.
Y finalmente,
tú, dueño
del oro y de la tierra
poderoso impulsor de nuestra vida,
no nos faltes jamás.
Sé generoso
con aquéllos a los que necesitas,
pero guarda,
expulsa de tu reino,
manténlos más allá de tus fronteras,
déjalos que se mueran,
si es preciso,
a los que sueñan,
a los que no buscan
más que luz y verdad,
a los que deberían ser humildes
y a veces no lo son, así es la vida.
Si alguno de vosotros pensase
yo le diría: no pienses.
Pero no es necesario.
Seguid así,
hijos míos,
y yo os prometo
paz y patria feliz,
orden,
silencio.
El mundo se enfrenta a uno de los mayores retos globales de los últimos años. Una pandemia, una crisis humanitaria que azota a más de un centenar de países y que no entiende de fronteras, ni de norte, ni de sur. Esta situación, aunque muy dura, no es una guerra. Verlo así sería injusto y un ejercicio de victimismo y cinismo propio de quien nunca ha tenido un pie cerca de un conflicto armado.
Pero, en cualquier caso, es un acontecimiento dramático que pone en juego no solo la economía, como nos quieren hacer creer, sino lo más importante: la vida de las personas. Eso nos sitúa delante del peor enemigo, que es el miedo, ese miedo que nos paraliza y que nos empuja a retirarnos del agravio de pensar. Miedo a perder, miedo a morir y hasta miedo a vivir.
Ante esta situación hay quien se queja, hay quien acata, hay quien respeta, hay quien odia, hay quien destruye y hay quien ama la vida por encima de cualquier otra cosa. Porque si hay algo cierto es que siguen existiendo muchos paralelismos con el comportamiento humano que describía el poeta.
Las personas seguimos empeñadas en no pensar por nosotras mismas, en dibujar fronteras que en realidad no existen, en trazar una línea que separa el nosotros de ellos y el aquí del allí. En ser fieles escuderos de la sinrazón que se esconde detrás del discurso del odio, sin entender que somos, en realidad, las víctimas de ese mismo discurso.
Pero también existen esas otras, las que inventan poesías cada día, las que comparten, las que analizan, las que piensan en la salida de esta crisis sanitaria con solidaridad, empatía y generosidad, las que sueñan, las que han decidido perderle el miedo al miedo y hacer todo lo necesario para salir de esto construyendo una sociedad mejor. Es, una vez más, el enfrentamiento de piedra y aire
De jóvenes y no tan jóvenes yo espero solamente una cosa: ser capaces de combatir el discurso que nos lanza este nuevo enemigo para dejar de sostener aquella herencia grandiosa que nos han legado y que, por cierto, no funciona. Espero que nos demos cuenta de que la libertad no es solo un permiso de movimiento, que la mayor de las libertades es la capacidad de pensar de una manera crítica, que es la más emancipadora de las maneras.
Espero que aprendamos que la vida es tan importante que no puede ser solamente el privilegio de un puñado de personas sino el mayor de los derechos que posee la humanidad. Que vivimos en un mundo global y que todas las diferencias en las que creíamos son en realidad coincidencias.
Que la solidaridad internacional, eso que Gioconda Belli describió como la ternura de los pueblos, hoy cobra más sentido que nunca. Que somos seres sociales y emocionales y que este juego sin relacionarse con otros seres humanos carece de sentido. Que siempre existirán personas que se empeñan en destruir pero que lo que nos sacará de esto, y de todo, es construir. Y que amar es urgente.
Por Ángeles Alonso Blanco. Asamblea de cooperación por la paz
