Me Crucé Con El Hombre Perfecto

Peregrino Kyoto 2019
Bring it back to me; Martin Luke Brown

«Una bonita mañana de abril, me crucé con la chica 100% perfecta», un relato de Haruki Murakami

“Ayer en la calle me crucé con una chica perfecta”, le digo a alguien.

“¿Sí?” el dice. “¿Guapa?”

“No realmente”

“¿Tu tipo favorito, entonces?”

“No lo sé. No parece que recuerde algo de ella: la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho”

“Extraño”

“Sí. Extraño”

“De cualquier manera”, dice él ya aburrido, “¿qué hiciste, hablaste con ella? ¿La seguiste?”

“No. Solo me crucé con ella en la calle”.

Ella iba hacia el Oeste, y yo hacia el Este. Era una bonita mañana de abril.

Hubiera deseado hablar con ella. Media hora hubiera sido todo: sólo preguntarle por ella, hablarle de mí, y – lo que más me habría gustado hacer -, explicarle las complejidades del destino que condujo a nuestro encuentro en una estrecha calle en Harajuku una bonita mañana de abril de 1981.

Después de hablar, habríamos comido en cualquier sitio, quizás visto una película de Woody Allen, o parado en un bar de hotel para tomar unos cocktails. Con algo de suerte, podríamos haber acabado en la cama.

La potencialidad llama a la puerta de mi corazón.

¿Cómo me puedo aproximar a ella? ¿Qué le debería decir?

“Buenos días, señora. ¿Piensa que podría compartir media hora de conversación conmigo?”. Ridículo. Hubiera sonado como un vendedor de seguros.

“Perdóneme, ¿sabría por casualidad si hay una tintorería abierta las 24 horas en el barrio?”. No, igual de ridículo. No llevo ni ropa sucia, en primer lugar. ¿Quién va a creerse una cosa así?

Quizás, la simple verdad lo haría. ”Buenos días. Usted es la chica perfecta para mí.”

No, ella no lo creería. Incluso si lo creyese, ella no querría hablar conmigo.

“Perdón”, podría decir, “puede ser que sea la mujer perfecta para ti, pero tu no eres el hombre perfecto para mí.” Podría pasar. Y si me encontrase en esa situación, probablemente me querría morir. Nunca me recuperaría de ese shock. Tengo 32 y esto es lo que significa hacerse mayor.

Pasamos frente a una floristería. Una cálida, y suave brisa de aire toca mi piel. El asfalto está húmedo y siento el olor de las rosas. No me atrevo a hablarle. Ella viste un jersey blanco, y en su mano derecha sostiene un sobre blanco que carece de sello. Por lo que deduzco que ha escrito a alguien una carta, quizás estuvo toda la noche escribiendo, a juzgar por las ojeras en sus ojos. El sobre podría contener todos los secretos que ella hubiese tenido siempre.

Avanzo un poco más y me doy la vuelta. Ella se pierde entre la multitud.

Ahora, por supuesto, sé exactamente que debería haberle dicho. Habría sido un discurso largo, demasiado quizás para haberlo desarrollado adecuadamente. Las ideas que se pasan por la cabeza no son nunca muy prácticas.

Bien. Hubiera comenzado “Erase una vez” y terminado “Una triste historia, ¿no cree?”

Erase una vez, un chico y una chica. El chico tenia 18 años y la chica 16. Él no era especialmente guapo, y ella tampoco. Solo eran un hombre y una mujer solitarios como todos los demás. Pero ellos creían con todo su corazón que en alguna parte del mundo había un hombre y una mujer perfectos para ellos. Sí, ellos creían en un milagro. Y ese milagro ocurrió realmente.

Un día los dos se encontraron en una esquina de una calle.

“Esto es increíble,” dijo él “Te he estado buscando toda mi vida. No lo creerás, pero tú eres la mujer perfecta para mí.”

“Y tú”, dijo ella, “eres el hombre perfecto para mí, exactamente como te había soñado en cada detalle. Es como un sueño.”

Se sentaron en un banco del parque, se cogieron de las manos, y se contaron sus historias el uno al otro hora tras hora. Ellos ya no estaban más solos. Habían encontrado y sido encontrados por su pareja perfecta. Qué cosa maravillosa es encontrar y ser encontrado por tu pareja perfecta. Es un milagro, Un milagro cósmico.

Mientras conversaban sentados, sin embargo, una pequeña, pequeña sombra de duda enraizó en sus corazones: ¿Estaba bien que los sueños de alguien se hicieran realidad tan fácilmente?

Y así, cuando se produjo una pausa momentánea en su conversación, el chico le dijo a la chica: “Vamos a probarlo para nosotros una vez. Si realmente somos el amor perfecto del otro, entonces alguna vez, en algún lugar, nos encontraremos otra vez sin duda. Y cuando pase, sabremos que somos la pareja perfecta, y nos casaremos. ¿Qué piensas?”

“Sí,” dijo ella, “eso es exactamente lo que deberíamos hacer.”

Y entonces se separaron, ella fue al este, y él al oeste.

La prueba que habían acordado, sin embargo, era innecesaria. No la deberían haber realizado, porque eran real y verdaderamente la pareja perfecta, y era un milagro que se hubiesen encontrado Pero era imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran.

Las frías, indiferentes olas del destino continuaron sacudiéndolos despiadadamente.

Un invierno, el chico y la chica cayeron enfermos de una terrible gripe, y después de luchar entre la vida y la muerte, perdieron la memoria de sus años más tempranos. Cuando se dieron cuenta sus cabezas estaban vacías.

Fueron dos brillantes y decididos jóvenes, sin embargo, y gracias a sus esfuerzos constantes fueron capaces de adquirir otra vez el conocimiento y el sentimiento que les posibilitó volver como miembros hechos y derechos a la sociedad. Gracias a Dios, se convirtieron en ciudadanos que sabían como utilizar el metro, o ser capaces de enviar una carta especial al correo.

También experimentaron el amor otra vez; algunas veces, como mucho al 75% u 85%.

El tiempo pasó con una rapidez espantosa, y pronto el muchacho tuvo 32 años, la muchacha 30.

Una preciosa mañana de abril, en busca de una taza de café para comenzar el día, el muchacho andaba del oeste al este, mientras la muchacha, teniendo la intención de enviar una carta, andaba del este al oeste, los dos sobre la misma estrecha calle del barrio de Harajuku en Tokio.

Se cruzaron en el centro mismo de la calle.

El destello más débil de sus memorias perdidas brilló tenuemente por un breve momento en sus corazones. Cada uno sintió un retumbar en su pecho. Y ellos supieron:

Ella es la mujer perfecta para mí

Él es el hombre perfecto para mí.

Pero el brillo de sus memorias era demasiado débil, y sus pensamientos ya no tenían la claridad de catorce años antes.

Sin una palabra, se cruzaron, desapareciendo entre la multitud. Para siempre.

Una triste historia, ¿no cree?

Si, eso es, eso es lo que debería haberle dicho.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s