
Me he propuesto invertir en mí, procurar que desde hoy mismo nadie me quite las ganas, los ánimos, la sonrisa. Digo «no» a permitir que alguien, sea quien sea, me desanime. Desde este momento no importarán las nubes grises, los trenes que se retrasan o las piedras que quieran aparecer en el camino, porque mi día es solo mío, mi vida me pertenece y he decidido vivirla con optimismo.
Asumir este enfoque personal, este mensaje cargado de apertura, resistencia y motivación no es algo precisamente fácil. Tal y como nos explicaba Richard Lazarus, uno de los mayores expertos en temas de estrés y ansiedad, cada día surgirán las más variadas y caprichosas situaciones, imposibles de controlar en gran parte, esas que nos llenarán de contradicciones, esas que nos ocasionarán tensión, desánimo y hasta frustración.
«No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmalazado» -Miguel de Cervantes-
Por otro lado, tal y como todos sabemos, el desánimo puede tener múltiples orígenes: una palabra poco acertada por parte de nuestra pareja, un comentario crítico de nuestro jefe o incluso ese contexto social y político que nos rodea, tan desbaratado y circense a veces, provoca que se nos apaguen las ganas y hasta el optimismo en un momento dado. Que esto pase es algo normal, siempre que la frecuencia no lo haga habitual ni que la intensidad lo haga un terremoto de una escala muy grande.
No podemos olvidar que el desánimo de ayer, sumado al desánimo de hoy, va creando poso. Así, y en caso de permitir que ese sustrato se vaya acumulando día tras día en el escenario de nuestra mente, lo que ocurrirá es que alimentaremos al demonio de la indefensión, y con él a la propia depresión. Sin embargo, hay buena noticia, porque existe un remedio sensacional para evitar que esto llegue a suceder: aprender a pensar mejor.
Hace muy poco, un equipo de psicólogos británicos liderados por Andrew Lane desarrollaron una sencilla técnica de motivación que más tarde emitiría la BBC en uno de sus programas de ciencia. La estrategia en sí puede parecer muy elemental; sin embargo, no nos equivoquemos, porque en realidad nos obliga a poner en práctica una serie de dimensiones psicológicas que no se consiguen en un día ni en dos.
De hecho, son el resultado de un trabajo constante donde poder hacer frente a esa voz crítica de nuestro interior, e incluso a esas relaciones disfuncionales en las que a veces estamos inmersos. Relaciones que, casi sin darnos cuenta, también nos roban el ánimo, las ganas y las perspectivas. Veamos a continuación cuáles son esas tres claves.
- Diálogo interno con visualización. El diálogo interno es la mejor estrategia para hacer frente a todos esos vacíos en nuestra autoestima, para tomar conciencia de todas esas piezas sueltas que nos impiden tomar el control sobre nuestra vida. Asimismo, el equipo de psicólogos británicos estableció que un modo de facilitar esta técnica era añadiendo visualizaciones positivas en nuestra mente, ahí donde hallar la calma y un escenario seguro donde encontrarnos con nosotros mismos.
- Eres el jefe. Al diálogo interno y a la visualización le añadimos ahora una verbalización, una frase motivadora y de poder: «tú eres el jefe, tú tienes el mando y el control, que nadie te desanime, que nadie te quite ese poder».
- Planifica. El desánimo no solo se vence dejando a un lado a quienes osan contagiarnos con sus amarguras, con sus críticas o malas artes. Esto es importante tenerlo muy en cuenta, porque la mejor medicina para que nada ni nadie nos desanime es planificando nuestros sueños, clarificando objetivos, priorizando necesidades y deseos personales.
Al fin y al cabo, cuando uno tiene una ilusión y motivación para alcanzarla, lo que digan y hagan los demás carece de importancia. Alimentemos por tanto ese motor en nuestro día a día, ese que funciona gracias a una buena autoestima y la seguridad de quien tiene claro qué quiere en su vida y qué y a quién es mejor evitar.
«La felicidad depende de la calidad de tus pensamientos» Marco Aurelio-
Valeria Sabater