Allegro ma non troppo

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«Allegro ma non troppo’ Este es uno de los libros más inteligentes y divertidos que se hayan escrito nunca. autor : Carlo Maria Cipolla.

Parodia de divertissement dieciochesco, juega con la paradoja y el absurdo para construir una auténtica metodología del ridículo. En la primera de las dos partes de que consta el libro, Cipolla razona con una argumentación paródica de los estudios de historia económica más sesudos y utiliza, con aparente seriedad, fórmulas cliométricas deliciosamente absurdas para llegar a las más estrafalarias relaciones de causa a efecto.

 

En la segunda parte se usa un modelo matemático parecido a los de la sociología para enunciar «Las leyes fundamentales de la estupidez humana», que demuestran cuán abundante es el número de estúpidos que nos rodean y cuán grande su poder. Sólo que al terminar de leer este libro breve, divertido y explosivo nos asalta una duda: lo que hemos leído ¿era sólo una inocente parodia o hay que tomarlo como una advertencia acerca de la deshumanización y vaciedad de mucho de lo que se enseña en nuestras universidades e instituciones académicas

Fueron escritas en 1976, mientras Cipolla, que había estudiado en la universidad de Pavía en su universidad natal, impartía Historia de la Economía en Berkeley. Al parecer, California y su industria de la banalidad le inspiraron para llevar a cabo su obra magna. En ocasiones, el texto circulaba de forma anónima, hasta que finalmente fue impreso  a finales de los 80, en el libro de Cipolla ‘Allegro ma non troppo’, que tuvo edición en castellano. No fue su intención obtener rédito económico del asunto: siempre permitió su reproducción gratuita.

Una de las grandes creaciones de la naturaleza es haber distribuido la estupidez de manera equitativa por todas las clases sociales, razas y condiciones

Regla número 1: “Siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de estúpidos en circulación”

La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: Cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello en las páginas que siguen se designará la cuota de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo e

Regla número 2: “La probabilidad de que determinada persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica”

El hecho extraordinario acerca de la frecuencia de la estupidez es que la Naturaleza consigue actuar de tal modo que esta frecuencia sea siempre y dondequiera igual a la probabilidad e, independientemente de la dimensión del grupo, y que se dé el mismo porcentaje de personas estúpidas, tanto si se someten a examen grupos muy amplios como grupos reducidos. Ningún otro tipo de fenómenos objeto de observación ofrece una prueba tan singular del poder de la Naturaleza. La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad ε nos la han proporcionado una serie de experimentos llevados a cabo en muchas universidades del mundo. Podemos clasificar la población de una universidad en cuatro grandes grupos: bedeles, empleados, estudiantes y cuerpo docente

“Desconcertado por los resultados, extendí mi investigación a un grupo particularmente selecto, a una verdadera élite, los ganadores del premio Nobel”. El resultado confirmó, en sus palabras, los poderes supremos de la naturaleza: “Una parte de los ganadores del Nobel son estúpidos”.

Regla número 3 o de oro: “Un estúpido es una persona que ocasiona pérdidas a otra persona o a un grupo sin que él se lleve nada o incluso salga perdiendo”

La moraleja es que cada uno de nosotros tiene una especie de cuenta corriente con cada uno de los demás. De cualquier acción, u omisión, cada uno de nosotros obtiene una ganancia o una pérdida, y al mismo tiempo proporciona una ganancia o una pérdida a algún otro. Las ganancias y las pérdidas pueden ser ilustradas oportunamente por una gráfica,

El incauto sale perdiendo mientras los otros ganan; el inteligente sale ganando al mismo tiempo que los demás también lo hacen; y el malvado se beneficia en la medida en que los demás salen perdiendo. Pero el estúpido,  es el que hace que todos, incluido él mismo, pierda. ¿Cómo es posible que haya gente así?, se pregunta el economista.No hay ninguna explicación. Bueno, sí, hay una: “La persona en cuestión es estúpida”.

Aquí es donde aflora uno de los corolarios más interesante de la teoría de Cipolla. La gente, estúpida o no, no suele ser consistente. Por ejemplo, un malvado perfecto sería aquel que obtuviese continuamente un beneficio exactamente igual a las pérdidas de su víctima. El profesor utiliza el ejemplo de un robo, en el que cual lo que se sustrae simplemente pasa de un bolsillo a otro (aunque podría argumentarse que causa un coste emocional en este último al haber sido agredido). Sin embargo, la mayoría terminan causando más pérdidas a su entorno que beneficios, lo que les hace más cercanos a los estúpidos.

Regla número 4: “Los no estúpidos siempre infravaloran el poder dañino de los estúpidos. En concreto, olvidan constantemente que en todos los momentos y lugares y bajo cualquier circunstancia tratar o asociarse con estúpidos siempre suele ser un error costoso”

La mayor equivocación que comete la gente inteligente es pensar que casi todos son como ellos, y que, incluso aquellos que no lo son, pueden ser manipulados. Nada de intentar engañarlos: terminarás saliendo perdiendo. “Uno puede intentar ganarle la partida a un estúpido y, hasta cierto punto, puede hacerlo”, explica el profesor. “Pero a causa de su comportamiento errático, uno no puede prever todas las acciones y reacciones del estúpido y por lo tanto, terminará siendo pulverizado por sus movimientos impredecibles”. El terreno en el que se encuentran cómodos los idiotas es en el caos. Y ya se sabe, el que se acuesta con niños…

Regla número 5: La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. El corolario de la ley dice así : El estúpido es más peligroso que el malvado

El punto clave de la filosofía de Cipolla, y quizá por ello mismo el más polémico. Veamos: “Después de la actuación de un malvado perfecto este tiene obtiene un beneficio que es exactamente igual a lo que ha perdido la otra persona. La sociedad en su conjunto no sale perdiendo ni ganando. Si todos los miembros fuesen malvados  perfectos, la sociedad permanecería igual y no había grandes problemas”. La diferencia es que los estúpidos no ocasionan ese equilibrio en la sociedad: simplemente, la hacen peor.

La gran pregunta por lo tanto, es si de verdad es preferible una sociedad de malvados a una de estúpidos. Es lo que se deduce de la (irónica) teoría de Cipolla, con todo lo que ello implica.

 “Son peligrosos y dañinos porque para la gente razonable es difícil imaginar y entender su comportamiento irracional”, recordaba. Alguien inteligente, una vez más, entendería perfectamente comprensible al malvado, pero no al estúpido.  En otras palabras, apelando a la célebre frase atribuida a Mark Twain, “nunca discutas con un ignorante, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia”.

 

Foto: Carlo Cipolla falleció en el año 2000. Carlo Cipolla falleció en el año 2000.

Nació el año 1922 en Pavía, hijo de Manlio Cipolla y de Bianca Bernardi. En su juventud, Cipolla quería ser profesor de historia y filosofía, y debido a esto ingresó a la facultad de ciencias políticas de la Universidad de Pavía en la que terminó siendo catedrático. Mientras estudiaba ahí, gracias al profesor Franco Borlandi, un especialista en historia económica medieval, descubrió su pasión por la historia de la economía. Consecuentemente amplió sus estudios en la Universidad de París para licenciarse más tarde en la London School of Economics, en 1948.2

Obtuvo su primer puesto de profesor de historia económica en Catania a la edad de 27 años, dando inicio a una larga carrera académica en Italia (VeneciaTurín, Pavía, Pisa y Fiesole) y en el extranjero. En 1953 Cipolla viajó a los Estados Unidos por el Programa Fulbright y en 1957 se convirtió en profesor visitante en la Universidad de California en Berkeley, de la que dos años más tarde pasó a ser catedrático. Cipolla fue recibido como miembro en varias academias prestigiosas y en 1995 recibió el premio Balzan.3

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