¿Nuevas Normas?

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Artículo leído el 9 de noviembre del 2014 en el diario El Almería en su sección De Reojo de mi buen amigo Jose María

Vuelta a las murallas

HOY hace 25 años, que se demolió el muro de Berlín. Aquel suceso con el que alguno (Fukuyama) creyó llegado el fin de la historia y que otros tildaron de superación histórica del sectarismo, o de esperanzador pasito para la floración de valores como la convivencia y la tolerancia. Tampoco faltaron recelos ante tantos otros muros que se adivinaban mientras se derruía festivamente la áspera argamasa del murallón berlinés. Un cuarto de siglo después, tal y como era de maliciar, continúan erigiéndose más barreras que nunca y, lo que es peor: sigue el alza la ruin cultura de amurallar todo el orbe y toda su biodiversidad. De aislar pobres de ricos, negros de blancos, enfermos de sanos, listos de buenos: hombres de otros hombres y animales. Muros financieros tan impalpables como herméticos, que desprecian los derechos humanos y condenan al tercer mundo al saqueo y la miseria absoluta. Vergonzantes muros físico estatales, que alzan las elites nacionalistas, unos para no dejar entrar, otros para que no salgan sus explotados. Muros ideológicos, informativos o psicológicos, muros emocionales, educativos o legales, muros por doquier, toda una jungla de muros visibles o no, con los que tropezamos cada mañana al salir de los muros de casa. Este primer mundo nuestro es imposible transitarlo sin hundirse en cercos clausurados, cada vez con menos puertas de acceso. Y no faltan quienes quieren aún más retiro y claman consignas para que la libertad de movimientos en Europa, sea menos libre (Cámeron), que la xenofobia cuaje, (Le Pen), y que todo flujo migratorio, en fin, se desvanezca a golpe de impiedad y soberbia. Es el apogeo de un serio conflicto humanitario, y político, que los países ricos afrontan con frivolidad e hipocresía, como si fuera un asunto técnico, exclusivo de los territorios fronterizos o de la Guardia Civil. Así lo trata al menos la Comisaria sueca de interior, Sra. Malström, al criticar la valla de Melilla. Y acaso habría que llevarle unos cuantos miles de los pobres que se agolpan sobre esas barreras, a Estocolmo, y que tome allí conciencia de la tragedia. Toma de conciencia que no es otra cosa que comprender que nuestra naturaleza viene provista de un genoma egolátrico, adicto las verjas y al que hay que educar para descontaminarlo del salvajismo ingénito. Porque si algo nos enseñó el muro de Berlín, es que tales iconos de la soberbia humana, los muros, nunca caen solos.

JOSÉ Mª REQUENA COMPANY

 

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